Diagnóstico C. D. S., Gelatinas y Otras Divagaciones. Un Triángulo Verbal: Emaús, La Pasión y el Cirineo.

Conocí a Rodolfo el 4 de mayo del 2007 alrededor de las 16:00 hrs en la cama 9131, piso 9, de la Clínica 46. Se encontraba adormilado, amarrado a la cama y completamente solo. Aceptó que lo acompañara un momento, sin embargo por la depresión que presentaba se mostró un poco desinteresado por mi compañía. Me dijo que tenía 29 años aunque en realidad tenía 28 –le gustaba siempre aparentar más edad- Comentó que era muy católico, chef y que trabajaba en un restaurante de comida hindú. Pronto me preguntó que si no me molestaba dejarlo dormir, le dije que no tenía ningún problema. Aproveché para despedirme preguntándole si quería recibir la comunión al día siguiente. Él aceptó.
5 de mayo. Llegué a las 16:30 hrs. Rodo continuaba amarrado y completamente sedado. Lo dormían y ataban porque se tornaba muy agresivo; se descanalizaba y hasta llegó a pegarle a una enfermera debido a una infección que tenía en el cerebro que le alteraba el comportamiento. Y ahí estaba yo, sentado junto a su cama, esperando a que se le pasara el efecto y despertara, arriesgándome un poco a conocerlo y tratarlo.
Rodo despertó una hora y media después. Seguía deprimido. Le pregunté por su familia, dijo que no tenía pues la enfermedad los había separado hace 10 años. Me comentó dos preocupaciones; temía perder su cuarto, pues a esas alturas ya debía como 3 pagos de renta y presentía que perdería su trabajo, pues al parecer los patrones ya no lo querían ahí debido a su enfermedad y bajo rendimiento. En su soledad, Rodo había perdido todo el sentido de la vida.
Le di la comunión y al salir la enfermera me interceptó. Me dijo que Rodo tenía que hacerse una tomografía en el Centro Médico, que el día anterior, media hora después de que me había ido, había llegado la ambulancia por él, pero como no había nadie que lo acompañara, se le canceló el traslado para sus estudios. Así que me preguntaba si yo podía acompañarlo pues nadie más iba a visitarlo. Acepté y nos pusimos de acuerdo: lo acompañaría en ambulancia al Centro Médico el lunes 7 de mayo. Me retiré y no volvería hasta entonces.
Me fui pensando en algunas estrategias de apoyo: Presentaríamos la constancia de incapacidad en el restaurante para evitar su despido, del mismo modo hablaríamos con el casero para que le otorgue permiso de pagar después, se le apoyaría en traslados y se le brindaría compañía en lo que se localizan a sus familiares. Todo si Rodo aceptaba la ayuda.
El 7 de mayo Rodo se encontraba muy delicado, inconciente y con fuertes dificultades para respirar. El doctor me dijo que estaba muy grave y que el traslado no sólo iba a ser para sus estudios, sino para que ya sea atendido en el Centro Médico pues allá sí había los servicios que Rodo precisaba. Llegó la ambulancia, tomé sus pertenencias y nos fuimos a urgencias del Centro Médico. En el camino revisé su mochila, conseguí su cartilla de salud, algunos teléfonos y me encontré una fotografía de él que al verla me desplomé. Me sorprendió mucho contemplar el contraste entre un Rodo sano, feliz, con ganas de vivir y un Rodo enfermo, solo, deprimido, sin sentido de la vida. En ese momento, en la ambulancia, con Rodo inconciente tendido junto a mí, me quebré: “¿Cuál ha sido tu historia? ¿Quién has sido en tu vida? ¿Dónde están los que dicen que te conocen?”.
En la espiritualidad ignaciana aprendemos a pedirle a María ser puestos con su hijo crucificado. Al ver a Rodo empecé a contemplar a Cristo en su pasión, triste, abandonado y moribundo. Comenzó a crecer en mí el deseo de conocerlo fuera de una situación de hospitalización. No sólo había recibido la gracia de estar junto al Crucificado, sino que me convertiría en un contemplador del Jesús resucitado porque no existe pasión que no traiga su resurrección. Rodo tenía que salir adelante y volvería a darle sentido a su vida. La resurrección había sido anunciada; Tendría la dicha de conocer al Rodo de la fotografía. Se recuperaría y yo sería testigo de ello.
Llegamos a urgencias y la respiración de Rodo cada vez era más delgada. Yo le hablaba: “Rodo, ya llegamos. En seguida nos atienden” pero no había respuesta alguna, él no podía escucharme. Tardaban en atendernos, hasta había gente en los pasillos de urgencias esperando su turno. En eso, Rodo me dejó de respirar y comenzó a ahogarse. No sabía que hacer, miré alrededor para buscar a alguien que nos ayudara pero todos parecían muy ocupados. Regresé la mirada a Rodo, su rostro se empezó a poner rojo y yo sentía que se me moría. Pasó una enfermera de largo pero al ver lo que sucedía sólo alcanzó a aconsejarme que lo sentara y siguió su camino apresurada. Lo intenté pero la camilla estaba muy alta y sólo pude levantarlo un poco de los hombros y pude girarle la cabeza. Comenzó a toser en el ahogo y a sacar líquido de los pulmones. La enfermera pasó de regreso y me dejó un pañal para que absorbiera lo que arrojara. Rodo, con dificultad, pero volvió a respirar.
Cuando nos atendieron el doctor leyó el expediente médico que mandaron de la Clínica 46. A media valoración me preguntó si era yo su familiar, respondí que no; me preguntó si era su amigo, respondí que no; entonces su deducción fue que éramos pareja y me preguntó “¿Es tu novio?”, respondí que no y volvió a preguntar “Mmm…Entonces ¿Tú cómo le llamas a su relación?” Así que ya le expliqué que yo trabajo en una institución que apoya a personas que viven con el VIH y el SIDA, así como a sus familiares, y como Rodo estaba muy solo me pidieron que apoyara con el traslado. El doctor se vio convencido y continuó la valoración. Al terminar me dijo “Necesito que localices a algún familiar lo más pronto posible”. Yo le expliqué que sus familiares viven en Ciudad Obregón, Sonora y que desde hace 10 años no sabían nada de él, que lo habían rechazado por ser homosexual y por tener VIH. “No importa, trata de localizarlos”. “No se puede hacerlo rápido, ni siquiera Rodo tiene teléfonos de ellos o alguna dirección, me lo comentó hace dos días. Hace 10 años que perdieron toda relación” volví a explicarle. Entonces me dijo: “Tu amigo esta muy delicado. Tiene 98% de probabilidades de morir y 2% de sobrevivir. Puede dejar de respirar en cualquier momento, además está inconciente. Necesitamos a un familiar que tome la decisión de si entubar o no a alguien que es muy probable que muera”.
En ese momento, tomé los números telefónicos que Rodo llevaba en su cartera. Intenté comunicarme pero unos estaban fuera de servicio, otros no contestaban y otro eternamente ocupado. Había memorizado de milagro la dirección de su casa que me había dicho dos días antes, tomé un taxi y fui pero nadie abrió. Afuera estaba un letrero que decía “Se rentan cuartos INFORMES…” y un teléfono. Llamé. Hablé con Soledad, la casera. Ya estaba enterada de la hospitalización de Rodo pues en el restaurante le habían informado. No le dije nada de la situación crítica de Rodolfo. Ella no sabía nada de sus familiares, sólo me comentó que sospechaba que Rodo no tenía las llaves de su cuarto pues alguien había estado entrando.
Fracasado regresé al hospital. El doctor ya se había retirado. Me acerqué a Rodo sabiendo que al día siguiente no me era posible visitarlo sino hasta el tercer día. También sabía que probablemente ya no lo encontraría. Perdí toda esperanza de conocer al Rodo de la fotografía. Aún así le hablaba, le daba ánimos, me despedía y le lloraba porque no tenía a nadie que lo hiciera. Abandoné al Cristo moribundo. Llegué a mi casa a media noche, llorando. Rodo se me moría y yo no iba a ser testigo de resurrección alguna. Hasta la fecha, aquel 7 de mayo ha sido mi día apostólico más denso aquí en VIHas de Vida; aquel día donde Rodo casi se me ahoga y muere en mis brazos.
Al tercer día llamé por teléfono al Centro Médico para pedir informes. Para mi sorpresa, Rodolfo ya no estaba en urgencias, sino que ya lo habían pasado al piso 13. Colgué el teléfono y de inmediato salí para visitarlo. Lo encontré conciente, aunque la infección en el cerebro le había provocado severas alteraciones de conducta y cambios rápidos en sus estados de ánimo. Parecía con un cierto tipo de retraso mental mas sí se acordaba de mí. Le habían suspendido toda clase de alimentos y bebidas porque su estómago no soportaba ni un vaso de agua, todo lo devolvía. Me insistía mucho en tomar agua, los labios los tenía muy cortados y resecos. Mentalmente estaba algo infantil, no había negociaciones y entendía poco, por lo tanto cada tres minutos me volvía a suplicar que le diera agua y a mí me partía el alma negársela pues realmente no beberla le provocaba un gran sufrimiento, así que opté por consentirlo. Me pedía agua, yo le daba poca; la devolvía, lo secaba, etc.
Llegaron unas psicólogas a hacerle un test y salió muy mal. Olvidó cómo escribir, sumar, restar, no podía deletrear, retener 3 palabras, etc. También se encontraba muy desubicado en cuanto a espacio y tiempo. Fue diagnosticado con Complejo Demencial asociado a VIH y SIDA, infección en el cerebro e insuficiencia renal.
Seguí visitándolo preferentemente a diario entre 5 y 8 horas por visita. Lo importante es que los primeros 5 días, cada nueva visita, Rodo demostró una mejoría impresionante. Después le pusieron dieta blanda y ahora, en vez de agua, me pedía gelatinas. Aunque mentalmente mejoraba, las disfrutaba como niño. De repente le brotaba la agresividad por la misma infección, pero conmigo se tranquilizaba demasiado. Nunca intentó agredirme, más bien, me esperaba con ansias día a día y yo sólo contaba las horas para volver a verlo. Las esperanzas de conocer al Rodo de la fotografía regresaron y las ganas de contemplar al resucitado aumentaban día a día.
Su Pasión. Soledad, la casera, se portó muy amable siempre, hasta fue a visitar a Rodolfo un día. También le permitió que le pagara después, pero pasando dos semanas desgraciadamente su situación económica la obligó a no poder esperar más, así que muy apenada me pidió que recogiera sus pertenencias. Entregó todo, sin cobrarse con nada. Dijo que si le era posible le pagara después, si no, ella comprendía perfectamente la situación y le perdonaba la deuda. Rodo había perdido su vivienda.
Conocí a sus jefes en el restaurante. No querían que regresara a trabajar porque calculaban que le quedaban 3 semanas de vida. A pesar de que se les presentó la incapacidad dejaron de pagarle el seguro médico. La dueña del restaurante le había vendido a Rodo una televisión de 29 pulgadas, pero Rodo había pagado hasta ese momento sólo la mitad, 900 pesos. Así que ella se apoderó de las llaves del cuarto de Rodolfo en algún momento antes de que yo lo conociera y mando a otro empleado a recuperar su televisión, pero los 900 pesos nunca los devolvió. Ellos ya lo habían desahuciado. Le ofrecimos a Rodo la representación legal, pero prefirió no luchar por su trabajo: “No quiero trabajar en un lugar donde no me quieran” comentó. Por fortuna el seguro médico expiraba unos días más tarde, así que planeamos tramitarle la pensión.
Su situación social y laboral cada vez empeoraba. Los familiares no eran localizados. La pasión se tornaba más densa pero mi trabajo era velar por su futuro, era hacer todo como si Rodo fuera a salir adelante, incluso sabiendo que su recuperación no estaba garantizada. Existía algo, que no venía de mí, que me daba fuerzas para seguir acompañándolo a pesar de tal Vía Crucis.
A Rodo lo dieron de alta todavía estando delicado. Me lo llevé a un albergue especial para portadores de VIH donde tendría atención médica, alimento y tratamientos gratis.
Un día me había comentado que estaba esperando con ansias el estreno en el cine de “Spiderman 3” pero que desafortunadamente ingresó al hospital unos días antes de la premier. Así que un día me lo robé del albergue y me lo llevé al cine. Confieso que Rodo no se encontraba todavía en condiciones de salir. Sabía perfectamente que aún estaba delicado y que pudo haber sucedido algo no deseado, no obstante, me incliné por asumir el riesgo y toda responsabilidad ante cualquier imprevisto. Lo gratificante fue que Rodo disfrutó tanto la película que casi me pongo a llorar al verlo tan emocionado. No me arrepiento de haberlo llevado.
Rodo había recuperado el sentido de la vida. Ya hablaba de su futuro, me platicaba sus planes, sus sueños y deseos. Rodo quería seguir viviendo y yo cada vez más veía más próxima la resurrección.
Un día me di cuenta que lo que tanto deseaba era completamente absurdo. Plantearse, en medio del calvario, la posibilidad de la resurrección es un completo disparate. Nadie imaginó que Jesús resucitaría al tercer día, mucho menos en medio del dolor de la pasión.
Me di cuenta que mi trabajo no sólo era hacerlo todo como si Rodo se fuera a poner bien aún sabiendo que su recuperación no estaba garantizada; me di cuenta que mi trabajo también era hacerlo todo, incluso si tampoco fuera garantizada mi propia recuperación. Sentía que mi trabajo era disponer el camino, asegurarle un futuro digno, buscarle casa, de ser posible trabajo, quitar las piedras del camino que lleva a Emaús para cuando pasara por ahí el Resucitado.
De su estómago ya se encontraba bien, podía comer de todo. La recuperación de la infección en el cerebro llevaría varios meses; poco a poco iba a poder leer de nuevo, volvería a escribir, sumar, etc. pero ya se había recuperado de las alteraciones de conducta, ya no parecía con retraso mental. Sin embargo sus riñones no estaban del todo bien. Seguía hinchado por la retención de líquidos. Rodo regresó al hospital casi dos semanas después de haber llegado al albergue, pero yo no concebía ésta pasión sin su resurrección. Tenía que ser sólo una recaída, aunque, sin engañarme, si temía que lo que tanto anhelaba no llegara nunca. Mi fe comenzó a menguar. Entonces comprendí que mi trabajo no era más que ser un simple cirineo que ayudaba a llevar el peso de la muerte camino al Gólgota. Su insuficiencia renal le hacía retener líquidos, por lo tanto se hinchaba de todo el cuerpo, pero sobre todo de los testículos. Ante ello, la reacción del cuerpo es utilizar los pulmones para deshacerse del exceso de agua y ácidos. Esto puede provocar un paro cardiorrespiratorio. Entonces sucedió. Rodo murió el 7 de junio, exactamente un mes después de aquel día cuando casi muere en mis brazos.
La resurrección no se dio como yo esperaba, pues luego comprendí que Rodo dejó de sufrir, había pasado a mejor vida, había resucitado y ahora estaba con el Padre. La resurrección que yo tanto anhelaba era su propia muerte.
Pero… ¿Qué no son cosas antagónicas? ¿Por qué hay que asumir su muerte como resurrección? ¿No es una contradicción? Así no se puede contemplar al resucitado. Los discípulos lo habían visto ¿por qué yo no? ¡Claro! ¡Tenía que haber una respuesta!:
Cuando conocí a Rodo, efectivamente, era el Cristo en su pasión. Rodo no murió el 7 de junio, fue el 7 de mayo, cuando lo abandoné en el hospital como cualquier Pedro. Al tercer día, cuando ya había salido de urgencias, comencé a contemplar al Resucitado. Rodolfo no sólo vivió un mes más, sino que vivió plenamente, recuperó el sentido de la vida. Ésta fue su resurrección y hoy me siento como aquellos de Emaús porque mis ojos estaban tan cegados que no eran capaces de reconocerlo. Platiqué con Él, era Él que vino a visitarme, me acompañó en mi camino, vino para explicarme algo que debería yo de saber y entonces… se fue.
En ese mes ¿no ardía mi corazón mientras iba con Él en el camino?

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