El Estado se separaba de la Iglesia y con ello surgió la libertad de culto. La Iglesia se sintió amenazada, Dios le teme a la ciencia y la Iglesia respondió con una actitud defensiva. Se tardó en entender el cambio en las nuevas sociedades occidentales, reaccionando hasta el siglo XX con su Concilio Vaticano II.
El progreso de las sociedades despertó la conciencia colectiva, se trasladó la fe practicada en el templo a la razón científica. Con la ciencia cambió la manera de ver al mundo. La religión perdió su fundamento. Con ello, el hombre reubicó también el sentido hacia él mismo. Dejó de preguntarse por Dios. Dios ha muerto, diría Nietzsche. Surge el progreso, una sociedad próspera postindustrial. Emerge el individualismo acabando con la solidaridad. La realización personal del hombre deja de tener sentido en la creencia en una religión y pasa a residir en el consumismo, donde lo bueno ya no se refleja en los valores humanos o religiosos, sino en lo consumible, lo que se vuelve útil para mí.
Aquí comienza a vislumbrarse varios puntos en los que se empieza a tejer la crisis de segundo orden, la crisis de incredibilidad en las instituciones.
Con la separación entre Iglesia y Estado, la iglesia no fue la única afectada. Con esta separación también se dividió lo público y lo privado, así como también la ley y la moral.
En cuanto a la separación de lo público y lo privado podemos decir que al separarse la Iglesia y el Estado y surgir la libertad de culto, la religión pasó a formar parte de la vida privada. Y si a esto le sumamos que la ley y la moral también se separan, pues tenemos como resultado una sociedad donde públicamente hay que cumplir la ley del Estado y privadamente hay que hacer el bien. Se trata de una sociedad en la que hacer el bien deja de ser una obligación social, y donde la ley se vuelve en ocasiones inmoral.
El origen de la religión, como lo dice la palabra misma, es religar a sus miembros pero no con Dios, sino entre ellos. Pero a los hombres no les gusta ser gobernados por sus iguales. Por ello el Estado buscará ante todo adjudicarse una superioridad moral.
Religiosamente se esperaba a un mesías que viniera a salvarnos. Curiosamente, en la política sucedió lo mismo, se esperaba a un caudillo que venga a resolver toda la corrupción en la que nos encontramos. Pero la superioridad moral con la que busca legitimarse el gobierno es la que entra en crisis con la religión. Lo hizo el Partido Acción Nacional en los 90s, se adjudicaban una superioridad moral y en la actualidad ya no tienen cara para sostenerla. Comienza la crisis de incredibilidad en las instituciones, no poseen la moral que yo individuo presumo tener.
Por otra parte, si la religión pasó a formar parte de la vida privada, donde individualmente hay que hacer el bien y deja de ser una obligación social, entonces la crisis religiosa golpea también al estado, pues crece hasta tratarse de una crisis de solidaridad pública, la falta de voto, crisis para las instituciones. Es una crisis en la que las instituciones tienen poca credibilidad y crea poca solidaridad mínima, la que necesitamos para seguir nacional y socialmente.
Conclusión.
Entonces, como vemos, no es sólo una crisis religiosa, también ya hay una crisis que involucra a las instituciones publicas. Pero ¿cómo vamos a sustentar la existencia de una institución pública? Hemos pretendido poder darle autonomía al estado sin religión y a la ley sin moral.