El Rostro de Autrui.

Lévinas Para Educación Media Superior

“Somos tan humanos como eternos

y estamos concentrados y dispersos

Somos los más lobos, somos los más tiernos”

Pedro Guerra

…y como si fuera el siguiente paso, un día el hombre llamado Elmismo[1] se descubrió libre y fue feliz con su libertad. Podía sobre las cosas, pero para ello necesitaba conocerlas; conoció una piedra, la talló y la hizo herramienta; conoció al árbol, lo tomó y lo hizo papel; conoció a un ave, quiso volar y se dio un sopetón. Descubrió entonces que quería cosas que no podía, su poder no correspondía a su querer, su libertad era finita y tenía límites. Elmismo se encogió de hombros y pronto olvidó ese simpático detalle; Digamos que después de sobarse se distrajo con una hormiga y la mató, frotó dos piedras y el fuego surgió, asechó un animal para alimentarse y lo cazó, asechó a otro y para divertirse lo mato, pero nunca puso su libertad en cuestión.

Después, como un mal presagio, otro momento incómodo le llegó donde se dio otro sopetón. Elmismo, tristemente se tropezó con la libertad de otro hombre llamado Autrui[2] (y este otro se topó con la libertad de Elmismo). Sus libertades se vieron amenazadas pues llegaron de nuevo a su límite. Se miraron y miraron en su mirar la ilusión de conservar cada quien su libertad. Se encogieron de hombros; digamos que se distrajeron para proteger sus libertades creando leyes para la convivencia. Elmismo le dijo: “Tu libertad termina donde comienza la mía”. Autrui respondió “Pues ¡Rayita, rayita! ¡No te pases! Aquí empieza la mía” Pero nunca pusieron en duda sus libertades.

Con las leyes nacieron las instituciones y después el Estado, como un monopolio de poder. El Estado era un grupo legitimado, los ilustrados, para aplicar la ley. Todos los individuos se sometieron al sistema con tal de proteger sus libertades individuales. Delimitaron sus terrenos. Muchos quedaron excluidos. Aquella patética frase de Elmismo se hizo popular, “Tu libertad termina donde comienza la de los demás” y se la creyeron (y aún nosotros la profesamos). Se entendió la libertad como tensión; “mantenerse contra el Otro, a pesar de la relación con el Otro” [Lévinas, Emmanuel, 1977, p. 69]. El precio fue alto:

Ciertamente, las leyes los protegieron de la brutalidad, pero jamás de la tiranía, de la exclusión, pues su libertad seguía en primer plano sin ser nunca discutida. En un mundo así, lo “Bueno” o el “Bien” fue subordinado, quizá inconcientemente, a la “Verdad”, a las leyes, aunque ellos decían que tenían el mismo valor y que de algún modo eran lo mismo. Explico.

Autrui era desempleado y Elmismo era médico del IMSS. Un día Autrui fue arrollado en frente del IMSS por un camión repartidor de refrescos de cola. El conductor, sin pensarlo dos veces y como era de esperarse, huyó. Elmismo salió de su hospital apresurado. “¿Cuál es su número de seguro social?” le pregunto al moribundo de Autrui, pero este otro no tenía número de seguro social. Por eso, Elmismo no pudo atenderlo. Quería, pero ya había aprendido que su querer no corresponde a su poder. Elmismo quizá quería pero por ley, no podía, además, es virtuoso servir al Estado cumpliendo la ley; Era “Verdad” que Autrui era ciudadano y que también tenía derecho a la salud, pero también era “Verdad” que no era derechohabiente del IMSS. El “Bien” se subordinó a la “Verdad”[3].

El sistema impersonalizó a las personas. Dejaron de ser pancho, maría y juan y se convirtieron en Ciudadanos, Obreros, Estudiantes, Petroleros, Desempleados, Derechohabientes o No Derechohabientes. Perdieron su individualidad, se totalizaron (es decir, se universalizaron, generalizaron, integraron, concentraron, formaron parte de grupos, ghettos); Católicos, Protestantes, Budistas, Panistas, Prillistas, Liberales o Conservadores, De Izquierda, Centro Derecha, Defensas o Delanteros, Americanistas o Chivistas. Aquí, el problema es que la totalidad elimina las diferencias, desvanece a la persona como individuo con sus características interiores y personales, cierra la posibilidad del encuentro personal con el prójimo. …y que si Todos los de Monterrey son bien codos; y que si Todos los jalisquillos intolerantes y estúpidos a la hora de manejar; y que si Todos los judíos son los culpables de todos los males, etcétera. He ahí, las consecuencias de segmentar el terreno de la libertad sin nunca cuestionarla. Crea injusticia y violencia no necesariamente física. “No violencia que se ejerce sobre una inercia –no sería violencia- sino sobre una libertad” [Levinas, Emmanuel, 1977, p. 93]. Es una violencia que consiste en hacernos traicionar nuestra individualidad. Destruyó la identidad de Elmismo y le cerró las posibilidades de actuar.

¿Qué está, pues, en primer plano, si no es la libertad? ¿Qué hay antes de la libertad?

En aquel entonces, cuando Elmismo descubrió su libertad y vio que podía sobre las cosas, dijimos que primero necesitaba conocerlas (conoció una piedra, la talló e hizo una herramienta, etcétera). Como Elmismo no podemos mandar imprimir una hoja si no conocemos el funcionamiento de la computadora, no podemos resolver un cariñoso problema de cálculo infinitesimal si no conocemos las derivadas. Para conocer hay que aprehender en conceptos. Aquí hay dos problemas:

El primero. Elmismo entendió su libertad (al igual que como la hemos entendido nosotros) como poder; “soy libre, entonces puedo…”, pero la libertad no se debe leer desde el poder y también es equivocado decir que hay que ejercer la libertad con responsabilidad, es decir, no es la libertad la que nos trae responsabilidades; la responsabilidad es anterior a la libertad. Veamos a la libertad como residir en un mundo al que fuimos arrojados, en donde antes de que Elmismo (que soy yo) fuera libre, tenía ya una responsabilidad sobre Autrui, (este otro que es mi prójimo). Primero soy responsable de mi prójimo, y entonces soy libre.

El segundo. Elmismo (yo) no puede encerrar en conceptos a Autrui (mi Prójimo), no lo puede conocer por completo. Cuando Elmismo se encuentra con Autrui descubre que hay cosas que no conoce de él, hay algo que se escapa a su conocimiento, entonces se limita su poder. Eso que Elmismo no puede conocer de Autrui, es su vida interior, es la interioridad donde Elmismo no puede pisar terreno, y que ni aún asesinándolo, podrá arrebatarle.

Por medio del Rostro de Autrui se nos manifiesta su vida interior que, al mismo tiempo, es la resistencia a la totalidad, a desfigurarse en ghettos, a perder su individualidad. Por medio del Rostro de Autrui, se nos muestra el Infinito, lo opuesto a la totalidad.

El Otro siempre estará desnudo, pobre y necesitado. Es el huérfano, el extranjero, el desempleado, no derechohabiente. Su Rostro se me expone con toda su fragilidad. El Rostro de Autrui “esta expuesto, parece invitarnos a un acto de violencia y al mismo tiempo nos detiene” [Suñer, Eneyda] y sólo cuando soy capaz de ver la necesidad de Autrui, mi prójimo, descubro que me invita a dar una respuesta. Se trata de una respuesta personal, única y particular. Temporal, única en su tiempo. Sólo cuando veo al Otro como Otro, me avergüenzo de mi poder y me avergüenzo de mi libertad, así como de mi pretensión por conocerlo (atraparlo en conceptos). Sin embargo, el Rostro del Otro, “no se revela enfrentando mi libertad […] la pone en marcha” [Levinas, Emmanuel, 1998, p.87] opto libremente en dar o no esa respuesta. Sin el Rostro de Autrui no podemos establecer relaciones personales. El otro me interpela, es anterior a mí. Yo soy “yo” porque primero fui un “tú”, el mundo lo recibí de un tú. Decir “Tú estas primero que yo” es reconocer la primacía del Otro. “Uno es el yo de un tú o no es nada. ¡Yo no soy sino tú o si no no soy! Soy Sí. Soy Sí a un tú, a un tú para mí, a un tu para mí”. [Cardenal, Ernesto, (fragmento) 1991, p. 31].

El Rostro no es la cara de Autrui. El Rostro es la epifanía de mi prójimo en su máxima expresión, por eso no se le mira, se le recibe. En aquel entonces, Elmismo y Autrui se miraron, y lo que miraron en su mirar fue la ilusión se conservar cada quien su libertad. Elmismo y Autrui se miraron, no se recibieron. Para recibir al otro, tengo que darle una respuesta, sin ella no se puede establecer una relación personal. Sin relaciones personales, Elmismo no tiene razón de ser.

Entonces no es porque sé que existe la muerte por lo que le doy sentido a la vida, sino por la vida misma donde se establecen relaciones personales; mirar el pasado y el presente a través del otro aquí y ahora para proyectar el futuro y no que mi fututo se proyecte por mirar mi futuro último, mi muerte.

La voluntad es muy frágil. Puedo optar libremente en responder o no a al llamado de Autrui. Yo puedo ser el santo que salva o el maldito que mata, pero esa libre opción es sólo para hoy, mañana puedo elegir lo inverso. La libertad consiste entonces en saber que la puedo traicionar, venderme por un pedazo de pan. Puedo dejar de ser ese maldito que mató para ser ese santo que salva, o puedo dejar de ser ese santo que salvó para ser ese maldito que mata, basta un pedazo de pan. Por instantes voy aplazando la traición a mi libertad.

Recibir al Otro en su miseria es asumir una dualidad. Soy más que él y soy menos que él. Soy menos porque el Rostro de Autrui, más alto que yo, me recuerda mis obligaciones. Soy más, porque me hace ver los recursos con que puedo responderle a ese caído que veo hacia abajo.

Una vez que le respondo y se ha establecido ya la relación personal y Elmismo descubre su razón de ser, digamos que en este momento, Elmismo y Autrui se ven a la misma altura. Es cuando Autrui nos muestra al tercero, nos dice: “Cambiemos el mundo, amigo, que tu ya haz cambiado el mío” [Serrano, Ismael, 1997, Vértigo]. Habrá que favorecer las relaciones personales en las instituciones, en el sistema, en el Estado, ese encuentro con el Otro, mi prójimo, pero no digamos los cómos, pues totalizaríamos y nos cerraríamos a las respuestas personales y únicas, pero sí señalemos aquello que ha impedido tales relaciones.

Bibliografía

Cardenas, Ernesto, La palabra en Canto cósmico, ITESO, Guadalajara, México, 1991.

Levinas, Emmanuel, La huella del otro, Taurus, México, D.F., 1998

Levinas, Emmanuel, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca, 1977.

Rabinovich, Silvana, La huella en el palimpsesto, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México D.F., 2005.

Serrano Ismael, Vértigo en Atrapados en Azul, Producido por TRAK, Sincronía y Angel Records, Madrid y Londres, 1997.

Suñer, Eneyda, Glosario de términos levinasianos, sin editorial, sin ciudad, sin año.


Notas para el Profesor.

[1] El Mismo, expresión utilizada por Lévinas para referirse al “Yo”.

[2] Para referirse al otro, que no es el “Yo”, Lévinas utiliza l’Autre y la mayoría de las veces Autrui. Ambos se traducen al español como “el otro” con la diferencia de que Autrui es para referirse a una persona; l’Autre, en cambio, se refiere a cualquier sustantivo, por ejemplo al decir “el otro día...”. Por eso, Autrui ha sido traducido más comúnmente por “el prójimo”, sin embargo, Silvana Rabinovich nos explica que Autrui proveniente del latín alter-huic que es “este otro”, como una alteridad definida y concreta [Ravinovich, Silvana, 2005, p.148].

[3] “En verdad, desde que la escatología ha opuesto la paz a la guerra, la evidencia de la guerra se mantiene en una civilización esencialmente hipócrita, es decir, apegada a la vez a lo Verdadero y a lo Bueno […]. Tal vez sea tiempo de reconocer en la hipocresía, no sólo un despreciable defecto contingente del hombre, sino el desgarramiento profundo de un mundo ligado a la vez a los filósofos (la verdad) y a los profetas (el bien)” [Levinas, Emmanuel 1977, p. 50]


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